Este artículo, escrito por nuestra directora general, fue publicado originalmente en el Monográfico 13 de Beers and Polítics “Los Simpsons y la política” en septiembre de 2020, disponible aquí:
DANIELA S. VALENCIA
Este episodio de la época dorada de Los Simpson ironiza con los vicios que pueden adoptar los mecanismos de democracia participativa.
Todo comienza con un guiño, igualmente irónico, sobre las irrisorias multas que el sistema de justicia aplica a delitos ambientales: tres millones de dólares al Sr. Burns por mal manejo de residuos nucleares que saca de su cartera como quien paga la compra de la semana.
Los habitantes de Springfield son convocados por el alcalde a asamblea para decidir en qué invertir dicho presupuesto, comenzando el proceso deliberativo a mano alzada: Maude Flanders propone fortalecimiento al cuerpo de bomberos; Apu, sobreviviente a un asalto a mano armada, pide que se destine el dinero a la seguridad pública; para luego entrar en escena una tímida Marge Simpson que argumenta de manera sólida la conveniencia de mejorar la deteriorada avenida principal de la ciudad. Ahí, otro guiño a una práctica común: atribuirle a un hombre las ideas de una mujer: el Abuelo Simpson es cargado en brazos ante lo que parecía ser una victoria contundente de la propuesta de Marge cuando entra en escena Ricky Mandino, un carismático personaje que irrumpe en la votación para poner sobre la mesa una “obra faraónica”: un monorraíl.
Mandino impone su marco y gana el relato con retórica demagógica: la emocionalidad gana a la racionalidad y Bart se lo hace ver a su madre con una frase que lo encierra todo: “¿Por qué no haces una canción como ese hombre?”
El resto del capítulo muestra el resultado del fraude y la corrupción: una mega obra de infraestructura con reducción de costes que lleva a peligro de muerte a los usuarios en el mismo viaje inaugural, salvados por nuestro antihéroe favorito, Homero Simpson, quien nos regala una de las frases entrañables para los olders millenials que crecimos con estas temporadas: “a la grande le puse Cuca”.
Los guionistas redondean su postura sobre este tipo de mecanismos democráticos cuando la voz en off de Marge testifica que no es la primera vez que un ejercicio de presupuestos participativos lleva a Springfield al derroche sin sentido. El concepto rector es un enmarcado negativo de esta forma de decisión sobre la res publica en contraposición de la democracia representativa.
Ahí es donde hay un debate tan añejo como actual: ¿hasta dónde es conveniente que la ciudadanía se involucre en la toma de decisiones sobre lo público? ¿Se cumple con votar por representantes populares que gobiernen y decidan por nosotros? Si el ejercicio de la ciudadanía en las democracias modernas pretende ir más allá del voto de gobernantes y cuerpos legislativos, ¿cómo se escudan las sociedades de los cantos de sirenas en los procesos de deliberación y decisión?
Para empezar, el que estos mecanismos lleguen a buen puerto requiere de una variable previa: un tejido social fuerte, un sentido comunitario lo suficientemente presente para que la convocatoria al propio proceso tenga un mínimo de legitimidad. Que, en principio, pareciera viable en una ciudad pequeña como Springfield.
Lo segundo radica en la forma, en el diseño de los procesos. ¿Qué hubiera necesitado Marge para que unos “aburridos” baches tuvieran mejores condiciones de competencia para ganar la batalla de la persuasión a una obra de apariencia magnánima?
Supongamos que se hubiesen establecido etapas más ceñidas a la realidad de las votaciones de presupuestos participativos: un periodo de recepción de propuestas, una validación de viabilidad hecha por un comité de expertos, un período de campaña y una votación en urnas.
Aquí los pasos que incluiría la estrategia de Marge Simpson si hubiese contado con un equipo de consultores a su lado:
1.- Construir el relato de su campaña correlacionando la avenida principal con el orgullo identitario de los habitantes de Springfield: como la Quinta Avenida de Nueva York, la Gran Vía de Madrid o la Avenida Reforma en CDMX, sellos emblemáticos de cada ciudad. Una Avenida Principal bella, transitable, como parte del estilo de vida de Springfield.
2.- Clarificar el problema: las ciencias del comportamiento nos dicen que reaccionamos más ante lo que perdemos que respecto a lo que dejamos de ganar –recomiendo el libro Nudge, de R. Thaler y C. Sunstein, donde se explica de una manera amena y didáctica, trasladado al ámbito económico y de políticas públicas–. ¿Qué pierden día a día los habitantes de Springfield con una avenida principal en pésimas condiciones? Tiempo (de traslado), libertad (de movilidad, sobre todo para los ciclistas al ser una vía insegura) y dinero (tanto porque tiempo es igual a dinero, como por las ventas que dejan de percibir los comerciantes de la avenida, una mala vialidad inhibe el tránsito en ella).
3.- Esto nos lleva al siguiente punto: Marge necesita un mapeo de actores para detectar aliados naturales: la asociación de comerciantes de la Avenida Principal, que tendría un claro beneficio económico directo, las asociaciones de ciclistas (incluir una ciclovía en la propuesta de remodelación sería un puntazo en este sentido), y, si nos vamos más allá… un camellón verde y un ensanche peatonal y se gana a los grupos ecologistas.
4.- Una vez adheridos los grupos aliados, tocaría desplegar la campaña de grassroots: organización de activistas, detección de portavoces estratégicos, segmentación del mensaje por target, producción de materiales de difusión, definición de metas por barrios y colonias y luego ¡movilización, movilización, movilización!
5.- El marketing en acción: Bart tenía toda la razón ¡necesitamos una canción!, y no solo eso, un eslogan poderoso, copies enganchadores, artes con gráficos que muestren familias y ciclistas felices transitando la Avenida, conviviendo con autos y autobuses en orden: la Avenida Principal como el corazón de una ciudad donde se vive feliz. Y, si la campaña fuese ahora mismo: ¡tik toks! que hasta las tías Paty y Selma compartan en los grupos de Whatsapp de lo divertidos que serían. La emocionalidad, a tope, pero al servicio del bien común, no del derroche y el absurdo.
6.- Tácticas de propaganda efectivas más allá de los flyers: voluntarios que repartan macetas con botones de la flor más emblemática de la ciudad con un mensaje del tipo “¡Cuídame! Me sembrarás junto con tus vecinos en el nuevo camellón de la Avenida Principal cuando ganemos su remodelación. ¡Vota el domingo tal!” . Las posibilidades son muchas…
7.- A la par, la campaña negativa hacia nuestro principal competidor: el monorraíl. Llevarlo a nuestro framing: monorraíl = derroche, irresponsabilidad, molestia. El manual de Lakoff en práctica. Aquí los vecinos afectados por las molestias de la construcción son clave: Mandino les venderá el incremento del valor de sus propiedades por la proximidad con el monorraíl, así que toca convencerlos de las molestias de los ruidos de la obra, el previsible aumento del tráfico: su vida tranquila, amenazada. Por otro lado, el sobreendeudamiento: ¿bastarán los tres millones iniciales o nuestros nietos nacerán debiendo el monorraíl?
8.- Recordemos que el miedo es uno de los sentimientos que más movilizan y, en este caso, juega a nuestro favor: ¿queremos acabar como North Haverbrook, la ciudad que el monorraíl de Mandino llevó a la decadencia? Un poco como la derecha explota recurrentemente la idea de “Si votas por la izquierda, acabaremos como Venezuela”. Imágenes de los resultados en ese sitio con testimonios demoledores y nuestro competidor está derrotado antes del día D.
9.- Por otro lado, la correlación de esta nueva obra faraónica con los fatídicos ejemplos que menciona Marge al final.
En fin, que aunque este graciosísimo capítulo pudiera señalar los mecanismos de democracia participativa como un problema al caricaturizar a los habitantes de Springfield como una “masa estúpida”, más bien, el desafío, ya en la realidad, radica en establecer procesos transparentes que incentiven la implicación de la comunidad en el proceso de debate y toma de decisiones sobre lo público.